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miércoles, 4 de enero de 2017

Taller: Hermanos de sangre

Aún conservo recuerdos de cuando éramos jóvenes e inocentes, e inevitablemente siempre acaban aflorando imágenes de aquél fatídico día.

Era el último día de campamento, habíamos pasado todo un mes viviendo en comunión con la naturaleza y celebrábamos una fiesta de despedida. Los monitores, aliviados por el fin de su laboriosa tarea, bebían y contaban historias para asustar a los más pequeños, alrededor de una hoguera.

Los compañeros que habíamos formado parte del mismo grupo nos reunimos en la orilla del lago, junto al muelle. El reflejo de la luna en el agua nos hipnotizó. Observé el cuchillo y lo alcé, el filo brilló con intensidad.

—¿Estáis seguro de que queréis hacer esto? —habló Raquel mordiéndose el labio.

—Ya lo hemos hablado infinidad de veces —intervino Macarena—. La única forma que tenemos de convertirnos en hermanos de sangre es esta… Así aunque haya terminado el verano, nos acordaremos de todos nosotros.


—Sí, cada vez que vaya a tocarme y me vea la cicatriz en la palma de la mano me acordaré de todos vosotros, especialmente de vosotras —explicó Tomás mirando a las chicas.

—Estás hecho todo un poeta… —exclamó Alberto entre risas.

—No, lo que está hecho es un cerdo de mierda —gruñó Macarena haciendo una mueca con la boca.

—No te enfades Maca, en todas las buenas familias hay una oveja negra. Y Tomás es la nuestra.

—Bueno, ¿qué? —intervine levantándome del suelo—. ¿Quién quiere ser el primero?

—Yo soy el mayor. —Alberto dio un paso al frente—. Seré el primero.

Me aproximé a él y le cogí la mano, puse la palma hacia arriba y acerqué el cuchillo.

—Espera —musitó Raquel—, ¿quién va detrás de él? ¿Continuamos haciéndolo de mayor a menor? —propuso mirando a sus amigos.

—Maca, después vas tú —anuncié al tiempo que hacía un delgado corte en la palma de Alberto.

Alberto emitió un pequeño gemido que aterró a Raquel.

—No voy a poder chicos… —confesó.

—Claro que sí —habló Macarena acercándose a mí—, córtame.

La obedecí y la sangre comenzó a brotar de la herida. Alberto se aproximó a Macarena y se estrecharon la mano. Tomás se acercó y extendió la mano con la palma hacia arriba.

—¡Corta!

Sin dudarlo, acerqué el filo del cuchillo a su piel y corté con cuidado. Macarena caminó hasta Tomás y le tendió la mano. 

—Recuerda este momento, Maca —dijo mientras mantenía el apretón de manos—, siempre que vea esta cicatriz me acordaré de ti.

Alberto no pudo evitar reír ante el enfado de la muchacha, se acercó a su compañero y sellaron el pacto con un apretón. El siguiente en sufrir el corte del cuchillo era yo, así que sin más dilación procedí a cortarme. Mientras estrechaba la mano a mis demás compañeros, observé cómo Raquel se iba alejando disimuladamente de nosotros, acercándose al campamento.

—¿Raquel? ¿Pasa algo? 

—No puedo —balbuceó llevándose las manos a la cara—, lo siento…

—Es un corte de nada. Además, tenemos que sellar el pacto de alguna forma. Tú estás tan metida en esto como nosotros —argumentó Macarena.

—No sé si podré cargar con ello toda la vida.

—Indiferentemente de que puedas o no, vas a sellar el pacto —intervino Alberto cogiéndola del brazo—. Te guste o no la idea.

Raquel trató de soltarse pero Alberto la agarró con más fuerza, la arrastró hasta mi posición y con un gesto me indicó que le hiciera la herida en la mano.

—No, por favor… —me suplicó—. Maca, haz algo. Te lo ruego —añadió mirando a su amiga.

—Lo siento, Raquel. Tienes que hacerlo.

Sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, le realicé un corte en la palma y uno a uno fuimos estrechándole la mano para concluir aquel ritual.

Los sollozos de Raquel fueron amortiguados por el abrazo que Macarena le dio tras su respectivo apretón.

—Ya está, cielo —trató de calmarla—. No pudimos hacer nada por evitarlo. Ahora todos somos hermanos de sangre, y los hermanos no se traicionan. Recuérdalo.

—¿Ahora qué? —exclamó Tomás—. ¿Ya podemos tirarla?

—Supongo que sí —contesté mirando al grupo.

—A la de tres —anunció Alberto acercándose al bulto cubierto de mantas que había en el borde del muelle—. Uno, dos…

—Tres —concluyó Tomás y todos salvo Raquel, empujaron el cadáver de Ana a las aguas del lago.

(Debían aparecer las palabras: campamento, poeta y recuerdos)

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