
La ampliación se debió a que me quedé con ganas de moverme por la Roma imperial, y me propuse uno de mis experimentos. El cuál explicaré en la segunda parte.
"Escuchaba el bullicio de la muchedumbre y supo que tenía que prepararse. Se colocó bien la pechera y observó sus guantes. Unas viejas marcas provocadas por las riendas, tras años de constante uso, quedaban disimuladas por un corte en medio de uno de ellos. Dejando una cicatriz al descubierto. Apretó con fuerza los puños y cerró los ojos. Uno de los dos tenía de morir. El emperador había apostado por él, y por primera vez en muchos años, notó un hormigueo en el estomago. Sabía a quién tenía que matar pero desconocía su identidad, su amo Quintus tenía que habérselo dicho pero todavía no se habían cruzado. Respiró hondo y trató de calmarse, los caballos estaban inquietos. Eso no presagiaba nada bueno, se acercó a ellos y trató de tranquilizarlos. Les dio unas briznas de avena y volvió al interior. «¿Él lo sabrá?» se preguntó mientras comenzaba a moverse para entrar en calor.
"Escuchaba el bullicio de la muchedumbre y supo que tenía que prepararse. Se colocó bien la pechera y observó sus guantes. Unas viejas marcas provocadas por las riendas, tras años de constante uso, quedaban disimuladas por un corte en medio de uno de ellos. Dejando una cicatriz al descubierto. Apretó con fuerza los puños y cerró los ojos. Uno de los dos tenía de morir. El emperador había apostado por él, y por primera vez en muchos años, notó un hormigueo en el estomago. Sabía a quién tenía que matar pero desconocía su identidad, su amo Quintus tenía que habérselo dicho pero todavía no se habían cruzado. Respiró hondo y trató de calmarse, los caballos estaban inquietos. Eso no presagiaba nada bueno, se acercó a ellos y trató de tranquilizarlos. Les dio unas briznas de avena y volvió al interior. «¿Él lo sabrá?» se preguntó mientras comenzaba a moverse para entrar en calor.
En el exterior sonó una trompeta,
e inmediatamente se dirigió al altar. Cruzó la estancia, saliendo al atrio. El
jardín estaba en silencio cuando lo atravesó acariciando las hojas de las
flores que le rodeaban. El altar estaba rodeaban por completo por hojas de
laurel. Se arrodilló ante él, extrajo un puñal de su pechera y contuvo la
respiración. Lo miró y tras musitar algo en voz baja, se hizo un corte profundo
en la mano. El corazón comenzó a latirle más deprisa cuándo alzó la mano,
dejando caer la sangre sobre su cabeza. Cerró los ojos de nuevo e inspiró con
intensidad mientras las gotas le caían lentamente. La fragancia del pebetero le
invadió mientras notaba el calor de la sangre cayendo por su frente. Abriendo
los ojos, cogió la figura de barro que había en el altar y la besó. Era la
figura de un caballo, moldeada en una oscura arcilla gastada por el paso del
tiempo. La dejó en su lugar y se concentró.
Sumido en sus plegarias como
estaba, le costó escuchar la trompeta sonando otra vez. «¿Quién es?» se maldijo
a si mismo levantándose. Volvió al interior de la sala y se limpió la mano y el
rostro con agua. Tenía que ir a los carceres
y prepararse. Al entrar observó cómo el esclavo a cargo de los animales se
alejaba con sus caballos dirección al circo. «Quintus. ¿Por qué no has venido a
buscarme? ¿Cuándo piensas decirme a quién debo matar?» pensó mientras salía al
exterior siguiéndole en la distancia. De camino allí se cruzó con Barbatus, un
joven talentoso muy delgado, y Rufus, un hombre alto y rudo, sus compañeros de
equipo, quienes le saludaron.
—Ave, Scorpus —le habló Rufus—. Tienes
mala cara. No te preocupes esta carrera la ganarás—Dándole una palmada en la
espalda— .Intentaremos estar en tus flancos para evitar contratiempos.
—Ave hermanos —saludo a ambos con
una sonrisa—. Estoy tranquilo —mintió desviando la mirada—, no es mi primera
carrera con alguien poderoso, apostando por mí —concluyó con tono desafiante.
—Lo sabemos, pero... —intervino
Barbatus frenándole en seco y mirándole a los ojos—. Quintus nos ha dicho que
el senador Terencio ha apostado mucho dinero por los Blancos.
—¿Quintus? ¿Cuándo? —preguntó
mientras se le aceleraba el pulso.
—Sí. Nos lo ha dicho mientras
comíamos.
—¿Los Blancos?
—Sí. Han hecho un cambio de
equipo a última hora. Por lo visto los aurigas son unos griegos que competían
allí —Scorpus frunció el ceño y escuchó con atención a su amigo—. Uno de ellos,
Eryx, ha ganado varias carreras en Olimpia —explicó Barbatus—, y no de formas
muy limpias...
—De hecho, se rumorea que lleva
casco porque perdió una oreja —le cortó Rufus.
—¿Una oreja? —preguntó por curiosidad.
—Le gusta frecuentar tabernas y
apostar en los dados. Una vez enfadó a quién no debía y... —explicó Rufus para
sorpresa de sus compañeros.
—Para eso os tengo a vosotros ¿Verdad?—
dijo Scorpus sonriendo—. ¡Vamos, tenemos una carrera que correr! «Eryx, ya
puedes despedirte de este mundo.» se dijo mientras caminaba junto a ellos hacía
su posición.
Cuando salieron a la arena
observaron con asombro el lleno absoluto que había en el Circo Máximo. Las
primeras filas estaban ocupadas por las figuras más ilustres de la ciudad,
senadores, magistrados y sacerdotes, quienes iban a disfrutar del espectáculo.
Al llegar a su posición de salida se despidió de sus compañeros. Desde dónde se
encontraba buscó al auriga con casco sin éxito. «Podría matarlo ahora y así
olvidarme de todo esto.» se dijo. Se llevó la mano al pecho y notó el puñal
oculto bajo la pechera. Miró a su alrededor, todos estaban preparados para la
carrera. Subió a su carro y acarició a los caballos, quienes respondieron con
relinchos. «Aún siguen nerviosos.» pensó mientras se ataba las riendas al
pecho.
—Tranquilos, todo saldrá bien
—les dijo tratando de convencerse a sí mismo.
Dirigió la mirada hacia la
tribuna presidencial, esperando la llegada del emperador. El hombre más
poderoso del mundo apostaba a su favor. Era todo un honor. Pese a convertirse
en poco tiempo en un gobernador querido por el pueblo, también se había ganado muchos
enemigos dentro del senado.
El graderío estalló en una mezcla
de silbidos y aplausos cuando este apareció. La toga púrpura que vestía
resaltaba sobre la blanca túnica. Nada más llegar a la tribuna se sentó y
observó el lleno que había en el circo. Hizo llamar a unos de sus asistentes
personales y tras darle un par de órdenes, este se acercó al trompetista.
El emperador se levantó, sosteniendo
la mappa en la mano se acercó al borde
y ante la expectante mirada de todos, la dejó caer, momento en que el sonido de
la trompeta daba por comenzada la carrera. Los carceres se abrieron y los caballos rompieron en una estampida por
la victoria.
¿Qué opináis? ¿A mejorado o a empeorado? Intentaré colgar la segunda y última parte en un par de días como mucho, así también hago que el blog este concurrido.
¡Gracias por leerme!
No hay comentarios:
Publicar un comentario