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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Relatos: Hombre lobo


El pueblo había amanecido con un habitante menos. El cuerpo sin vida del sacerdote yacía desgarrado en el suelo. Sus heridas habían creado un enorme charco de sangre que lo rodeaba por completo. La multitud comenzó a congregarse al tiempo que las madres llevaban al interior de las casa a los pequeños.

—Un espíritu maligno se ha apoderado de uno de nosotros —dijo la bruja con los ojos en blanco frente al cadáver—. Tenemos que acabar con él antes de que se ponga el sol. La noche le da fuerza —añadió entre espasmos.

La gente intrigada por la palabras de la bruja se acercó para escucharla mejor, los primeros murmullos no tardaron en surgir entre los presentes.

—¿Qué dice esa vieja loca?

—¡Está en trance! ¿No lo veis? —intervino una voz de mujer.

—¡Es cierto! —gritó alguien.

Unos gemidos seguidos de unos gritos centraron de nuevo la atención sobre la bruja quien cayó al suelo retorciéndose de dolor.

—Hombre... lobo… —consiguió decir entre sollozos antes de desmayarse.
El doctor corrió hasta ella y la colocó de costado para evitar que se tragara la lengua por accidente. Con un periódico la abanicaba dándole aire fresco, y tras ver que nadie reaccionaba, pidió un vaso de agua e indicó con un gesto al panadero que cubriera el cuerpo sin vida del sacerdote. Éste, se adentró en la casa a toda prisa en busca de algo con que taparlo, mientras un grupo de hombres guiados por el alcalde comenzaron a dispersar a los vecinos que se habían acercado al lugar del crimen. 

El enterrador que había estado hasta entonces oculto en la multitud, se aproximó al cadáver, lo cargó sobre la carretilla y sin decir ni una palabra se encaminó al cementerio con la mirada perdida en el horizonte.

—¿Has visto el mordisco que tenía en la yugular? —dijo el carpintero con cara de repulsión mientras se alejaba de allí.

—Sí. Era enorme.

—¿No os habéis fijado en el otro mordisco? —intervino el jardinero quién caminaba tras ellos—. Tenía otro en el estomago.

Ambos se volvieron y trataron, en vano, verlo cuando el enterrador pasó junto a ellos.

—¿Quién habrá sido?

—Ha podido ser cualquiera —contestó dubitativo el jardinero mirando de reojo alrededor suyo—. Si la bruja tiene razón...

—No digas tonterías. ¿No me dirás que te has creído los cuentos de esa vieja loca?

Desde que habían sonado, a primera hora de la mañana, las campanas en señal de duelo, el pueblo se había ido olvidando de lo ocurrido, ocupado en sus quehaceres diarios. Una vez llegado el atardecer, pero, se celebró una pequeña misa oficiada por el alcalde, en memoria del sacerdote habiéndose reunido todo el pueblo en el cementerio para despedirlo.

—¡Polvo eres y en polvo te convertirás! —gritó el alcalde arrojando un puñado de tierra sobre el rústico ataúd de madera que había elaborado el carpintero aquella misma tarde.

Una vez que el enterrador comenzó a echar tierra sobre el féretro, los vecinos comenzaron a marcharse en silencio. Palada tras palada, fue cubriéndolo con un ritmo constante. Luke levantó la vista cuando compactaba la tierra, el alcalde, con la mirada perdida, permanecía inmóvil junto a la tumba. Colocó la pala sobre su carretilla y se marchó sin mediar palabra, alejándose de allí. El alcalde, alzó la vista y le observó, esperó hasta verlo desaparecer tras unos nichos momento en que bajó la vista a la lápida de su amigo y se marchó. 

De vuelta, mientras andaba por el solitario camino que conducía al pueblo, se percató de que había alboroto no muy lejos de allí, por lo que aceleró el ritmo y se acercó al lugar de donde provenían las voces.

—¡Estoy segura de que has sido él! —acusó Judy.

—¿Yo? ¿Y dónde estuviste ayer por la noche? —gritó Matt a la defensiva—. Ah, no espera… Seguramente estarías demasiada entretenida fornicando con el alcalde.

Se hizo el silencio cuando apareció el tercero en discordia bajo la atenta mirada de todos los presentes. Judy bajó la vista nada más verlo y se marchó corriendo entre la multitud alejándose de allí.

—¿Qué está pasando aquí? —exigió saber el alcalde.

—Discutíamos sobre quién es el hombre lobo del que hablaba la bruja… —contestó una mujer dando un paso al frente.

—¿Hombre lobo? —contestó consternado.

—¡Es lo que dijo la bruja! —añadió ella—. Un espíritu maligno...

Estas últimas palabras provocaron una lluvia de acusaciones, reanudando la discusión.

—¡Callaos! —ordenó el alcalde—. Aquí nadie acusa a nadie, marchaos a vuestras casas y dormir. 

Hubo un largo cruce de miradas, hasta que comenzaron a marcharse en silencio de allí, algunos obstante, permanecían inmóviles.

—Pero… —habló el científico.

—¡Silencio! —le cortó el alcalde con semblante serio, por lo que el científico y los pocos que habían permanecido allí se marcharon dirección a sus casas sin decir nada más.

Kate lo había observado todo desde su ventana y había escuchado las acusaciones que se había hecho entre ellos. Cada vez que trataba de dormirse y cerraba los ojos, no tardaba en ver a ese horrible monstruo observándola, al acecho.

Se acurrucó en la cama y trató de dormir otra vez. Abrazada a su muñeco de trapo cerró los ojos. El silencio era absoluto. Con la idea del hombre lobo rondándole por la cabeza no pudo evitar estar cada dos por tres afinando el oído, tratando de escuchar el más mínimo sonido. Nerviosa, se volteó y se tapó la cabeza con la almohada.

Abrió los ojos asustada, se había quedado dormida y algo la había despertado. Oculta bajo las sábanas volvió a escuchar otro sonido dentro de su habitación. Permaneció inmóvil unos instantes y tragó saliva.

—Mamá, ¿eres tú? —preguntó atemorizada.

No obtuvo respuesta pero escuchó una respiración muy cerca suyo. Lentamente sacó la cabeza de debajo de las sábanas y abrió los ojos. El corazón se le heló al ver unos dientes afilados y unos ojos llenos de ira que la observaban en la oscuridad. Consiguió emitir un grito que se vio ahogado cuando la criatura se abalanzó sobre ella y le mordió en el rostro con fuerza. 

La luz del pasillo se encendió y la criatura al percatarse de ello saltó de la cama y atravesó la ventana. El sonido de los cristales cayendo al suelo rompió el silencio de la noche mientras la criatura huía. La madre de Kate entró a la habitación y descubrió aterrorizada el cuerpo desfigurado de su hija inerte sobre la cama.

El grito sonó por todo el pueblo, los primeros en llegar a la casa de los Murray fueron sus vecinos, Bon y Lucy. Pero en pocos minutos casi todos habitantes se había concentrado en torno a ella. Las campanas volvían a sonar en señal de duelo y Luke se abrió paso entre la multitud nuevamente. Entró en silencio a la casa y cargó con el cadáver de la pequeña Kate hasta el cementerio, seguido por los padres de esta. 

El sol comenzaba a asomar por el horizonte y fue en ese momento cuando la discusión que había acabado unas horas antes volvió a reanudarse. Esta vez el alcalde consiguió calmarlos al instante, convocando una asamblea al medio día para debatir sobre ello. Para sorpresa de éste, observó como todos se marchaban sin protestar. Aliviado por ello suspiro profundamente.

—Arthur, es momento de volver a casa —se dijo a sí mismo el alcalde al tiempo que comenzaba a caminar. 

***

Abrió los ojos y se encontró en su cama, alterado por el ruido miró a su alrededor, escuchaba gritos y golpes en la puerta principal. Se levantó corriendo y observó como el sol en lo más alto del cielo, entraba por la ventana. No recordaba cómo había llegado a casa, pero se había dormido y al parecer llegaba tarde a la asamblea que el mismo había convocado la madrugada anterior.

—¡Voy, voy! —gritó de camino a la puerta—. ¡Id a la plaza! ¡En cinco minutos comenzará la asamblea! —Improvisó—. ¡Cinco minutos!

Corrió de vuelta a su dormitorio y se vistió con la ropa que había sobra la butaca, se acercó al baño e introdujo la cabeza en un barreño con agua. Agarró una toalla y se secó mientras entraba en la cocina en busca de algo de comida.

Cuando llegó a la plaza el ambiente ya estaba tenso. Lo gritos y acusaciones iban y venían de un lado a otro. Tuvo que pedir calma y trató de centrar la atención en su persona. 

—¡Orden! —gritó encaramándose en lo alto de uno de los barriles que allí había.

La gente al verlo comenzó a guardar silencio.

—Os he reunido aquí para informaros de las medidas que vamos a tomar al respecto de lo que sea que esté pasando. Tenemos que acabar con este problema, y rápido. Pongámonos de acuerdo, busquemos al culpable y encerrémoslo en prisión —gritó enfurecido para sorpresa de todos.

—¿Estás loco? —gritó molesto el científico—. ¿Y luego qué?

—¡Si nadie más muere, lo quemamos en una hoguera! —intervino el tabernero.

—¡A la hoguera! —gritaron un par de voces.

—¡Es él! —acusó Miranda al científico, señalándolo con el dedo—. ¡Se ha cortado, mirad! 

Aquella acusación hizo que el científico se bajara rápidamente las mangas de la camisa ocultando unos cortes que tenía en el brazo. La panadera con la mirada clavada en él frunció el ceño. 

—¿Cómo? —exclamó James—. ¿Cómo puedes siquiera acusarme? —dijo dando un paso al frente.

—¿Cómo te has hecho esos cortes en el brazo? —preguntó, al tiempo que un murmullo recorría la plaza.

—Uno de mis frascos explotó a poca distancia de mí…

—Es cierto. Yo estaba con él cuando ocurrió —intervino el profesor.

La intervención provocó que los gritos y acusaciones estallaran de nuevo por lo que el alcalde ejerciendo de juez tuvo que poner orden alzando la voz al tiempo que saltaba del barril.

—¿Alguien cree que James es el... hombre lobo que hay entre nosotros? —dijo una vez todos se habían callado—. Quien crea que sí, que levante la mano…

Varias manos se levantaron al instante, otras, dudaron antes de hacerlo definitivamente. El alcalde contaba en silencio mientras se oía algún que otro susurro.

—¡Silencio! —ordenó una voz al tiempo que los murmullos cesaron.

—Veinte. ¿Y cuántos somos? —musitó el alcalde mientras contaba a los presentes—. Treinta contigo —concluyó mirando al científico.

Tras apresar a James, no sin resistencia, y encerrarlo en la celda de la prisión se dispusieron a realizar el entierro de Kate. Por segundo día consecutivo, los habitantes del pueblo se volvían a reunir para despedir a uno de los suyos. Mientras el enterrador comenzaba a cubrir el pequeño ataúd, unos gritos procedentes del poblado les alarmaron. 

—¡Es la voz de James! —acertó a decir el jardinero.

Un grupo se marchó a toda velocidad alejándose del cementerio corriendo tan rápido como pudieron hasta llegar al pueblo. Se dirigieron hasta la prisión y al llegar a la celda donde se encontraba James, se encontraron con la puerta abierta y su cuerpo semidevorado tirado en el suelo. Un sonido alertó a los presentes y observaron como un enorme lobo salía de entre las sombras, les observó y sintiéndose amenazado huyó hacia el exterior. El grupo de hombres siguió a la bestia y la persiguieron hasta verla ocultarse en el establo.

—¡Ahí esta! —gritó el frutero mientras Flynn trataba de rodear el establo. —Carl ve con él —añadió al verlo ir solo.

Flynn y Carl rodearon con precaución el establo sin dejar de vigilar las salidas. El frutero trató de colocarse en posición y lanzó un antorcha en el interior. El sonido de algo cayéndose y el crepitar de las llamas fue ahogado por un fuerte rugido de dolor. Una sombra negra surgió envuelta en llamas rodando por el suelo, inmóviles presas del pánico, observaron como la bestia conseguía apagar el fuego que le cubría y se abalanzaba sobre ellos. Cogió por sorpresa a Flynn saltando sobre él y haciéndolo caer. Carl reaccionado con velocidad, cargó contra la criatura clavándole un cuchillo en el estómago. La enorme bestia cayó sin vida al suelo. 

Carl observó a Flynn tratando en vano de cortar la hemorragia del mordisco en la pierna. Se acercó a él y le ayudó con la herida, hasta que llegó el doctor.

—Nil... ¿Es grave? —preguntó Flynn. 

—Es profunda, pero podremos curarlo, no te preocupes —respondió éste antes de voltearse y observar el cuerpo de la criatura desangrándose a su lado. 

Tras apagar el fuego del establo, de hacer una cura a la pierna de Flynn y llevar los restos del cuerpo de James al cementerio, se dirigieron a la plaza mayor, donde prepararon un hoguera para quemar los restos de la bestia mientras las campanas tañían de nuevo en el poblado. 

—Ha terminado, cariño —le dijo el señor Murray a su esposa mientras la abrazaba.

Su mujer trató de esbozar una sonrisa pero el lejano aullido de un lobo se lo impidió.



Hombre lobo: ¡Ponle nota!

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