La noche había ido muy bien, habían bebido, habían conocido a un par de chicas con las que compartieron un par de chupitos y ahora los tres chicos, cubata en mano, se dirigían a la salida.
—¿Qué haces? ¡Vamos! —preguntó Jack al ver que Ismael se paraba en seco y miraba a su alrededor.
—¿Dónde están las chicas? —quiso saber.
—¡Qué más da! Ya se espabilarán... —contestó Jack—. Dijimos que a las cinco en la puerta —Miró su reloj—. Y son casi y media...
—Quizás están en la parada de buses —intervino Rococó tras acabarse su cubata y dejar el vaso en la entrada.
Ismael telefoneó a María pero le saltó el buzón de voz, por lo que probó con Patricia y Sheila, no obstante, no obtuvo respuesta de ninguna de ellas.
—No cogen el teléfono... —se maldijo—. Vayamos a la parada, si no están, volveré a llamarlas...
—Siempre igual. La próxima vez no les decimos nada... —se quejó Jack—. Total... Es llegar aquí y no volvemos a saber de ellas hasta que se quieren ir o van borrachas.
Sus compañeros asintieron y caminaron hacia la parada. Desde la entrada del local se podía ver la cola que se había formado allí. Era el último autobús hasta Resburg y era bastante improbable que tuvieran sitio.
—Ya os he dicho que teníamos que coger el de las cinco y diez —se quejó Rococó haciendo una mueca—, en el último irá todo el mundo.
—A mi no me mires —exclamó Jack.
—Has sido el último en llegar...
—Yo os veía desde la barra —exclamó Jack—, estaba esperando a que fuerais hacia la entrada.
—Siempre igual, al final a quien no esperaremos será a ti, gilipollas —sentenció Rococó.
—¡Ismael! ¡Rococó! —escucharon decir a Patricia a lo lejos, al tiempo que volvían la vista y observaron como María alzaba los brazos y les hacía señas.
—¡Aquí! —añadió Sheila.
Los tres chicos aceleraron el paso y se aproximaron a ellas.
—¿Dónde estabais? —preguntó Ismael.
—Eso digo yo... —espetó Sheila—. ¿No habíamos quedado a las cinco en la puerta?
—Éste —dijo señalando a Jack—, que siempre tiene que hacernos esperar...
—¿El último bus no llega a las cinco y media? —preguntó María.
—Sí. ¿Qué hora es? —habló Ismael.
—Pasadas... —se quejó Rococó—. Pero mejor así, si no, lo hubiéramos perdido.
Tuvieron que esperar unos diez minutos más hasta que vieron acercarse al autobús a la parada. En ese tiempo, la cola había crecido bastante y sería imposible que todos entraran, por lo que cuando apareció al final de la calle, todos se concentraron en el mismo punto.
Cuando el autobús paró lo hizo a pocos metros de ellos, por lo que corrieron a apretarse entre los que estaban justo delante de la puerta.
—Empuja, empuja —indicó Jack—. Si alguien consigue subir que abra la puerta de atrás.
Cada vez estaban más cerca de la entrada pero había cada vez menos sitio en el interior. Rococó consiguió llegar a la puerta y comenzó a cederles el paso a sus amigos evitando que los demás pudieran subir.
—¡Hijo de puta! —le gritó alguien desde la multitud—. ¡Deja pasar a los demás!
Rococó se giró y lanzó un puñetazo a quien le había insultado. Éste lo esquivó a duras penas y volvió a insultarle. Rococó trató de golpearle nuevamente pero María y Sheila fueron más rápidas que él y se lo llevaron al interior.
Una vez todos dentro, respiraron tranquilos, el viaje a casa se haría con total normalidad. Pero cuando quisieron darse cuenta, el conductor había permitido subir a casi todos los que habían en la parada haciendo que la gran mayoría de personas tuvieran que ir de pie agarrados a aquello que podían.
Jack se percataron a medio viaje de que el chico con el que había discutido Rococó estaba a bordo del autobús. Para su sorpresa, tenía un brazo escayolado y hablaba con sus amigos lanzando miradas cargadas de odio hacia su amigo.
La primera parada al llegar a Resburg era en la misma estación de buses, y la gran mayoría de pasajeros se bajaron allí. Jack quien había permanecido de pie todo el trayecto se sentó, con disimulo, cerca del grupo con el que habían discutido en la parada de buses.
—No se baja —escuchó decir al chico con escayola a uno de sus amigos.
—Pues nos bajamos en la misma que él —añadió el de pelo rubio. Sus dos compañeros asintieron.
Jack se volteó y se acercó a Ismael.
—Cuando bajemos tendremos follón —le susurró al oído.
—¿Qué? —exclamó sorprendido.
Jack le explicó lo que acaba de oír a su compañero y ambos decidieron no alertar a Rococó.
—Que crean que va solo, a ver que hacen... —añadió Jack para tranquilizar a Ismael que estaba cada vez más nervioso—. Actuaremos si es necesario.
En la siguiente parada se bajaron Sheila y Patricia y se despidieron de todos, Jack se percató de que ninguno de ellos se había dado cuenta de la conexión que tenían con Rococó, por lo que el plan podría seguir como estaba previsto.
Cuando llegaron a la última parada, quedaban una docena de personas, Rococó bajó primero, esperando con pose desafiante a que bajaran los demás. Ismael y Jack permanecieron en el interior hasta que bajó el chico de la escayola, quien golpeó a Rococó en el hombro cuando bajó.
—Hijo de puta —añadió al ver que no era suficiente.
Rococó que había hecho caso omiso a la primera provocación, se giró y se encaró con él.
Una vez de espaldas, los dos compañeros del escayolado decidieron entrar en la disputa. Pero en el mismo momento en que se iban a abalanzar sobre Rococó, Jack e Ismael, se acercaron por detrás de ellos.
—¿Dónde crees que vas? —dijo Jack colocándole la mano sobre el hombre a uno de ellos.
Al girarse, Jack, sonrió y Ismael, hizo lo propio con el chico rubio.
—Si quieren pelearse, que lo hagan —habló Ismael—, pero solo ellos dos.
Rococó ajeno a lo que pasaba detrás suyo se abalanzó sobre su rival. Éste no vio venir ninguno de los rápidos golpes que le lanzaba, se agachó tapándose el rostro con los brazos hasta que alguien consiguió llegar hasta Rococó y apartarlo.
—¡Chaval! ¿Qué estás haciendo? —le gritó un hombre que se interpuso entre ambos—. Ahora mismo llamo a la policía.
—Tranquilo —intervino Jack—, déjelos hacer...
—¿Y tú quien eres? —increpó el hombre—. ¿No ves que esta con una escayola en el brazo?
—Que no empiece peleas pues... —sentenció Jack.
El hombre se acercó al chico y le ayudó a levantarse al tiempo que María se llevaba a Rococó lejos de allí.
—¿Estás bien? —le preguntó el hombre al escayolado.
—Sí, sí —contestó alejándose de él.
—Raúl vámonos —le habló el chico rubio—, ya nos los volveremos a encontrar otro día.
Los tres amigos se marcharon por el mismo camino que María y Rococó, por lo que Jack e Ismael decidieron seguirlos.
—¡Lo voy a matar! —gritaba Raúl con lagrimas en los ojos. Se agachó cogió una piedra y salió corriendo.
Ismael al verlo le persiguió. No tardó en darle caza y obligarle a tirar la piedra al suelo. Para cuando lo consiguió sus amigos ya les habían alcanzado y rodearon a Ismael.
—¡Eh, eh! —gritó Jack interponiéndose entre ellos—. Ya está bien ¿no?
—¡A tu amigo me lo voy a cargar! ¿Dónde vive?
—Cálmate Raúl —intervino uno de sus amigos—. ¿Qué crees ibas a conseguir con esa piedra?
—¡Partirle la cabeza! —espetó enrabietado.
Debido a los gritos la multitud volvió a congregarse alrededor de ellos. Bajo la atenta mirada de ellos, Raúl no quería mostrar ninguna debilidad, por lo que continuó lanzando amenazas.
—Dime dónde vive que mañana iré a su casa con unos amigos... Este no sabe con quién se ha metido.
—¿Más amigos? —habló Ismael.
—¿Y qué puedo hacer yo con esto? —bufó alzando el brazo con la escayola.
—¿Irte a dormir? —intervino Jack.
En ese mismo momento, alguien comenzó a abrirse paso entre los presentes, uno a uno se fueron apartando todos, dejando paso a un chico de grandes dimisiones que camina con pasos lentos y torpes. Su rostro serio hizo que los que le vieron venir de frente retrocedieran. Todos salvo Jack, quien permaneció firme.
—¿Qué coño pasa aquí? —habló con voz seca colocándose a escasos centímetros de la nariz de Jack—. ¿Tú no sabes quién soy yo verdad? —añadió desafiante al ver que no se movía.
—Sí que lo sé... —dijo para sus adentros Jack al tiempo que le sonrió.
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