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miércoles, 6 de mayo de 2015

Taller: La maldición

John observó el interior de la iglesia, había tan poca luz que apenas conseguía distinguir nada, pese a ello, caminó apuntando a la oscuridad.

—¡John! —exclamó Robert sobresaltándolo al tiempo que entraba por la puerta—. ¡Sean está muerto! —Éste se volteó y bajó el arma—. Hemos encontrado su cadáver en el coche...

Ambos examinaron la estancia en busca de Hooker. Algunos cirios ardían a los pies de un Cristo que colgaba de la pared en el ábside de la iglesia. Robert caminó hasta el ambón y observó una Biblia abierta con una pequeña estampa a modo de marca páginas que mostraba a Jesucristo junto a una higuera seca.
El fuerte estrépito que produjo un disparo procedente del exterior de la iglesia les sorprendió. 

—¿Qué ha sido eso? —exclamó Robert dejando caer el libro—. ¿¡Ferdinand!? 

Intercambió una mirada de sorpresa con John y corrió hacia la entrada en el mismo instante en que aparecía Hooker cubierto de sangre por el umbral. Robert se paró en seco y retrocedió.

—¿Dónde crees que vas Robert? —habló mientras caminaba hacia él.

John apuntó a Hooker con el arma.

—¿Dónde están los niños? —espetó desafiante.

—¿Qué niños? —preguntó Hooker—. ¿De dónde habéis sacado a este tío? —gruñó mirando a Robert—. ¿Éste es mi sustituto?

—¿Él? —dijo dubitativo mirando a John—. Ni si quiera tiene nada que ver con nosotros.

—Eso me pareció ver cuando te encañonaba en el almacén. ¿Qué ha pasado en ese viaje en coche? ¿Os habéis enamorado? —rió Hooker.

—¿Dónde están? —insistió John dando un paso al frente.

Hooker sin previo aviso disparó a Robert en la pierna haciéndolo caer, John se quedó paralizado, observando atónito como se llevaba la mano al muslo y gritaba de dolor.

—La próxima vez que este tío hable te vuelo la cabeza...

John retrocedió y miró a Robert quien trataba de reincorporarse pese a estar perdiendo mucha sangre.

—¿Por qué haces esto Hooker? —preguntó a duras penas—. ¿Qué consigues con todo esto?

—Venganza —dijo haciendo una mueca y encogiéndose de hombros mientras caminaba hacia el ábside.

—¿Venganza?

—No. La verdad es que no —contestó mientras recogía la Biblia del suelo—. Pero merecéis un castigo por lo que me hicisteis. Como le pasó a la higuera —añadió mostrándoles la estampa.

—¿Qué higuera? 

—¿No conoces la historia de la maldición? —preguntó sorprendido—. Lástima, es bastante controvertida...

Hooker acercó la ilustración a uno de los cirios y ésta comenzó a arder. Se volvió hacia Robert y le apuntó.

—No tuve elección... —exclamó al ver su final cerca—. Yo no vi lo que pasó en el interior del banco...

—Pero estabas al corriente del plan —le cortó mientras le lanzaba lo poco que quedaba de la estampa.

—¿Qué plan? No planeamos el abandonarte.

—¡Calla! —gritó dando un paso al frente—. Tú eras nuestro conductor y me dejaste allí tirado.

—Sean dijo que teníamos que huir... —explicó mientras trataba de detener la hemorragia—. Y Serge me dijo que no podíamos hacer nada por ti...

—¿Serge? Me alegro haberlo matado el primero entonces.... Siempre imaginé que había sido cosa de ellos dos.

Ambos permanecían en silencio mientras Hooker se acercaba a ellos. 

—Ahora solo quedas tú, bueno —dijo volviéndose hacia John—, y tu nuevo amigo.

—No somos amigos —intervino John—. El único motivo por el que escapamos del muelle juntos fue por que huían de ti, y si morían, nunca sabría dónde tienen a mis hijos.

—¿Tus hijos? ¿Estáis volviendo a secuestrar a niños? —dijo volviéndose hacia Robert—. Seguro que fue idea de Sean. ¿No me digas que vuelve a usar el sótano para esto? Maldito pedófilo...

—¿Cómo? —exclamó mirando a Robert desconcertado—. ¿Los has visto? —Hooker miró al suelo y bufó llevándose la mano a la frente.

—¿No había dicho que si volvías a abrir la boca le volaba la cabeza?

John tragó saliva y miró a Robert.

—En cuanto acabe con vosotros dos, les haré una visita —anunció acercándose a escasos centímetros de John—. No te preocupes, les daré recuerdos tuyos antes de ahogarlos con mis propias manos.

John lleno de ira golpeó en la entrepierna a Hooker y le estampó la culata de su revólver en la sien.

(Reglas: Debía de titularse: La maldición)



La maldición: ¡Ponle nota!

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