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miércoles, 13 de julio de 2016

Relatos: Caos y destrucción

Llegamos a la aldea sembrando el caos y la destrucción. El ataque fue en mitad de la noche, cogiéndolos a todos por sorpresa y haciendo que se preguntasen quién querría atacarles hasta su total aniquilación. Ahora, ocultos en las sombras que nos proporciona el bosque, contemplamos como los pocos supervivientes que hay, buscan entre los desechos a familiares y amigos sin perder la esperanza. 

Observamos con atención como un anciano de barba blanca, rodeado de cadáveres y escombros, abre los ojos. Paulatinamente comienza a escuchar el llanto y los gritos de las personas que han sufrido el horror y la muerte de nuestros actos. El hombre intenta reincorporarse pero nota una molestia en su pierna: tiene un profundo corte desde la rodilla hasta el tobillo, la sangre fluye por la herida y percibimos cómo el olor le provoca náuseas. 

Tras observar con atención la pierna, se rasga un trozo de tela del jubón e intenta hacerse un torniquete que contenga la hemorragia. Ayudándose de los escombros, se levanta con torpeza y busca algo que pueda servirle para caminar. 

Alza la vista al cielo al reparar en el aleteo de los cuervos que comienzan a llegar para darse un festín y contempla como una fina niebla cubre toda la aldea, mezclándose con el humo de las casas que siguen siendo devoradas por el fuego. Cojeando se acerca a un barril de madera medio carbonizado y arranca uno de los listones, improvisándose un bastón.

No muy lejos de allí, al fondo de la misma calle, nos percatamos jocosamente de como una mujer de larga melena emerge de entre las cenizas. Acto seguido se observa a sí misma en busca de unas heridas que parece no encontrar, y con una tranquilidad pasmosa, se levanta y sacude el polvo de encima. Una vez asimilada y analizada la situación, comienza a caminar calle arriba en busca de heridos a los que poder socorrer. 

El anciano se dirige a una de las casas que ha sobrevivido al ataque. Sentimos como su corazón late deprisa, trata de acelerar el paso, pero la edad y la herida, le impiden ir más rápido. Descubrimos como su esposa, una mujer de cabello grisáceo y con arrugas en el rostro, lo observa desde la ventana. El anciano llega hasta el umbral de la puerta, bajo la atenta mirada de la mujer. Al abrirla una corriente de aire aviva las ascuas de la chimenea y estas crepitan antes de consumirse en su totalidad. 

—¿¡Asha!? —grita con voz rota—. ¿Dónde estás? ¿Asha?

El anciano al no obtener respuesta y encontrarse la casa vacía, sale al exterior y examina los alrededores en busca de su esposa. Las lágrimas comienzan a formarse en los ojos del hombre mientras observa lo que queda de la aldea, ella al ver su reacción, se aproxima a él en silencio, tocándole el hombro. Reímos al comprobar como el anciano nota la presencia invisible de su esposa. 

Desviamos la mirada y advertimos como la mujer de larga melena se acerca a socorrer a un hombre que está atrapado bajo los restos de una pared derruida.

—¡Socorro! —gime cuando la mujer se acerca y trata de quitarle de encima los escombros—. Que alguien me ayude…

Al darse cuenta de que no puede hacer nada, se acerca al hombre tratando de darle consuelo.

—No te preocupes, lo peor ya ha pasado —anuncia acariciándole la frente—. No puedo mover esto yo sola...

La mujer se levanta y llevándose las manos entorno a la boca, pide ayuda pero nadie contesta. Mira a su alrededor y ve a dos ancianos de pie frente una casa no muy alejada. 

—¡Ayuda, por favor! —grita acercándose a ellos—. Perdonen, ¿podrían ayudarme?

El hombre permanece inmóvil en el umbral de la puerta, ajeno a sus palabras.

—Nosotras no podemos hacer nada por ellos —habla la anciana dando un paso al frente y mirando a la mujer.

—¿Cómo?

—Querida, si puedes verme quiere decir que tú también has muerto —informa la anciana acariciando el rostro de su marido en el mismo instante que ambas mujeres comienzan a desaparecer.

Caos y destrucción: ¡Ponle nota!

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