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miércoles, 7 de diciembre de 2016

Taller: Veinticuatro horas

Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte y yo, siempre que aparece el mío, me avergüenzo de él. Alzo la cabeza y miro el pasillo al tiempo que recuerdo cómo me siento cuando lo veo.

Es como si fuera otra persona, viendo y sintiendo mi cuerpo hacer y decir cosas que normalmente no haría o diría. Las lagunas mentales que siguen a estos episodios no ayudan mucho, pero las historias, fotos y vídeos de lo acontecido hacen que vea ese doble mío como una persona que ensucia mi imagen y reputación. No soy capaz de evitarlo, y por más que me esfuerzo siempre acaba apareciendo y estropeándolo todo.

Cierro los ojos y exhalo profundamente.

Quiero acabar con él, con sus vergonzosas acciones y su etiqueta de inmaduro que para nada liga con el ritmo de vida que llevo a sus espaldas, labrándome un futuro junto con mi familia.

Camino hasta la puerta que hay al final del pasillo, tomo aire y leo el cartel que hay pegado en ella. Me aflojo un poco el nudo de la corbata y doy un par de golpes en la puerta. 

—Adelante —escucho decir a una voz desde el interior.

Al abrir me encuentro con un grupo de personas sentadas en círculo en torno a una mujer que se levanta de su silla al verme.

—Hola—dice con una amplia sonrisa—, ¿qué podemos hacer por ti?

—Necesito ayuda —consigo decir mientras me seco el sudor con la manga de la americana—. Llevo veinticuatro horas sin beber…

(El relato debía empezar con la frase: “Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte…”)

Veinticuatro horas: ¡Ponle nota!

Me gusta   Ni fu, ni fa   No me gusta     

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