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miércoles, 25 de enero de 2017

Relatos: Plymouth I

(Continuación “Fond du Lac III”)

Un pitido hizo que Bill desviara la mirada al salpicadero. La luz del combustible se había encendido.

—Tendremos que parar allí a poner algo de gasolina —anunció señalando una área de servicio que había en uno de los laterales de la carretera.

—Bien, así aprovechamos y cogemos algo para comer. Sigo hambrienta —añadió llevándose la mano al estómago.

Bill dobló a la derecha saliendo de la carretera principal y circuló despacio hasta entrar en la gasolinera.

—¿Recuerdas en que lateral de la furgoneta está el deposito? —preguntó al tiempo que trataba de averiguarlo mirando a través de los retrovisores.

Sam sacó la cabeza y le comunico que debía de estar en su lateral, por lo que el muchacho condujo hasta dejar el surtidor a su izquierda y paró el motor. 

—Cuánta gente —señaló Bill cuando salieron de la furgoneta de camino al área de servicio.

Sam ignoró sus palabras y continuó caminado. En el interior había una larga cola. Bill se colocó al final y con un gesto avisó a Sam de que fuera ella sola a por las provisiones. La chica se ajustó la gorra y se alejó unos pasos de él perdiéndose entre los diferentes pasillos del establecimiento.

Bill avanzó poco a poco hasta llegar al mostrador. Cuando fue su turno, se volteó en busca de Sam, pero al no verla se encogió de hombros y señaló unas tiras de bacon que había tras el vendedor.

—Lo que sobre para la Chevrolet negra de allí. —Sacó un billete de veinte dólares y lo dejó sobre el mostrador—. Mucho trabajo, por lo que veo —añadió abriendo la bolsa que le acaba de entregar.

—Siempre que hay carreras tenemos faena —informó con una sonrisa—. Pero eso es bueno para el negocio. Ojala las hicieran más a menudo…

—¿Carreras? ¿Dónde?

—No eres de por aquí, ¿verdad?

Sam se acercó por detrás de él y dejó sobre el mostrador un pack de latas de cerveza y unas cuantas bolsas de patatas.

—¿Esto? —exclamó Bill.

—Soy una mujer caprichosa… —contestó tajantemente al tiempo que se cruzaba de brazos.

—¿Y a qué esperas? ¿También tengo que pagarlo yo?

Sam miró al vendedor y frunció el ceño.

—¿Cuánto es?

—Doce con setenta y cuatro —anunció el vendedor—. ¿Querrás una bolsa?

Sam sacó un billete y se lo entregó al tiempo que asentía con la cabeza.

—Entonces —intervino Bill—, me decía no sé qué de unas carreras…

—Plymouth es famosa por sus carreras —explicó el vendedor—. Ayer se iniciaron los eventos que se alargarán durante toda la semana. La carrera de tractores fue todo un éxito y eso ha provocado que muchos vengan hoy a ver la carrera de motos.

—Suena interesante —exclamó Bill—. ¿Te apetece echar un vistazo, Sam?

La muchacha que había escuchado la conversación miró de soslayo a Bill e ignorándole se despidió del vendedor y salió del establecimiento.

—Mujeres... —susurró esbozando una sonrisa—. Bueno, que tengas un buen día —dijo Bill alzando la mano.

Tras echar gasolina se dirigió a la puerta del conductor pero se encontró con Sam en el asiento.

—Me toca a mí —anunció colocándose las gafas de sol—. ¿Te has enterado de dónde hacen lo de las motos?

—¿Eh…? —balbuceó Bill—. No, pero supongo que si seguimos a toda esta gente llegaremos.

—¡Pues venga, sube a la furgoneta!

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