
Espero que la espera no haya sido muy larga. Aquí os dejo un relato breve sobre una historia un poco macabra. Tiene como fuente de inspiración una noticia que leí unas cuantas semanas atrás y que he desarrollado desde entonces intentando buscar un enfoque que pueda abarcar lo máximo posible de la historia. No estoy convencido de qué me haya quedado exactamente cómo yo quería, pero esta muy cerca de ello. Espero que disfrutéis con su lectura.
"Miriam salió de la consulta cómo
cada martes desde hacía más de dos años, su visita semanal la alteraba muchísimo.
Necesitas pensar antes de actuar
le decía siempre la doctora al final de las sesiones a modo de despedida. Pero
por más que lo escuchara, era incapaz de conseguirlo. «Me muevo por instintos»
se lamentaba ante la impotencia.
Salió a la calle y el calor
sofocante de plena tarde la alteró todavía más. Sin trabajo como estaba, se
pasaba todo el día en casa, esperando a que sus hijos volvieran del colegio mientras
vivía con sus padres. Caminó con desgana por una estrecha calle. La consulta no
estaba muy lejos de casa, de hecho, nada en aquel pueblo quedaba lejos de nada,
por lo que tuvo que lidiar con varios vecinos antes de llegar a su destino. Una
vez allí, fue directa a la cocina, se bebió un vaso de agua y se acercó al
salón donde estaba su madre planchando mientras veía la televisión.
—Hola cariño —le dijo María nada
más verla entrar.
—¿Dónde está Daniel? —preguntó.
—Parece mentira que no conozcas a
tu padre... —dijo molesta—. ¿Dónde va a estar?
—¿En el bar? —intervino haciendo
una mueca—. Maldito viejo...
—¡Miriam! Sabes que no me gusta
qué le llames así... —le recriminó mientras dejaba una camisa sobre una pila de
ropa—. ¿Cómo ha ido la consulta? —quiso saber.
—Como siempre. Una mierda...
—Bueno hija, no te pongas así. Ya
sabemos que esto es complicado. Tienes que tomártelo con calma.
—¿Con calma? —dijo alzando la
voz—. Llevo tres putos años yendo y lo único que he conseguido es perder mi
trabajo y tener que estar todo el día con vosotros... —gritó poniéndose roja
como un tomate.
—Lamento que pienses así. Tu
padre y yo hacemos todo lo posible para que te mejores.
—¿Se puede saber qué hacéis? Si
ni siquiera eres capaz de planchar bien la ropa —le gritó quitándole la plancha
de las manos violentamente.
—Me has hecho daño... —se quejó
llevándose la mano a la muñeca.
—¿Daño? ¿Quieres ver cómo te hago
daño? —la amenazó con la plancha en alto.
—Miriam, para. Piensa en lo que
te dice siempre la psicóloga...
«¿Otra vez? Se acabó» se escuchó
decir a si mismo mientras bajaba el brazo sobre la cabeza de su madre con
violencia.
María cayó de espaldas sobre el
sofá bajo la atenta mirada de su hija. Soltó la plancha y cayó a sus pies con
un fuerte estruendo. Observó como su madre no gesticulaba ni emitía sonido
alguno por lo que corrió a la cocina para huir de aquella horrorosa visión.
«¿Pero qué he hecho?» se dijo mirándose las manos con incredulidad. El sonido
de la puerta de casa abriéndose le devolvió a la realidad, con un movimiento
veloz cogió un cuchillo que había sobre el mármol y se lo oculto detrás de ella.
—María, ya estoy en casa —anunció
una voz varonil—. Me he entretenido en el bar jugando a cartas… —explicó
mientras cerraba la puerta.
«Daniel…» pensó haciendo una
mueca de odio. Salió a su encuentro para evitar que llegar al comedor y
encontrara a María muerta en el sofá.
—Hola Daniel —saludó fríamente.
—Hija. ¿Y tú madre? —preguntó al
no obtener respuesta de su esposa.
—Pronto estarás con ella —gritó antes
de abalanzarse sobre él y clavarle en el estomago el cuchillo—. ¿La ves ya?
—preguntó con los ojos rojos llenos de lágrimas mientras apretaba con fuerza el
cuchillo.
Movida por el odio y la rabia
contenida, no se percató de las veces que había atravesado a su padre hasta que
fue demasiado tarde. «¿Qué estoy haciendo?» En ese mismo momento lanzó el
cuchillo y huyó de allí sin volver la vista atrás. Miriam corrió calle abajo y
no paró hasta llegar a la pineda, allí
se descubrió recuperando el aire en el Puente de los girasoles.
«¿Qué me pasa?» murmuró
observándose las manos completamente ensangrentadas y temblorosas. «¿Cómo he
podido ser capaz de hacer eso?» Contempló horrorizada como toda su ropa estaba
manchada de sangre y rompió a llorar. Se echó al suelo, y se cogió las rodillas
con los brazos mientras sollozaba. «¿Qué puedo hacer? Cómo he podido ser capaz…»
Estuvo unos minutos tirada en el
suelo mientras se tranquilizaba y se secaba las lágrimas. Miró la barandilla
del puente y se levantó ayudándose con ella. Observó con determinación el suelo,
tragó saliva y se encaramó en lo alto.
—Lo siento —fue lo último que
dijo antes de lanzarse al vacío."
Recordar retarme para poder continuar participando con vosotros. Y dejar vuestra opinión o crítica sobre lo que acabáis de leer.
¡Gracias por leerme!
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