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miércoles, 21 de octubre de 2015

Relatos: La casa de subastas

Me dirigía de camino a la casa de subastas cuando comenzó a llover. Levantándome el cuello de la gabardina aceleré el paso y caminé bajo los balcones y salientes para evitar la lluvia. Cuando llegué a mi destino me sorprendió la larga cola que había. «¿Habrá corrido el rumor?»

―¿Quién es el último? ―pregunté nada más llegar.

Un hombre muy grueso que ojeaba una revista me miró con recelo, levantó la mano con desgana y sin decirle nada hizo un gesto con su enorme cabeza. Me coloqué tras él y comencé a observar a la multitud.

Aquel día era especial, según mis fuentes, se subastaría una pequeña figura de la princesa. Pero no era una figura cualquiera, ésta era una figura única en el mundo y todos los coleccionistas querrían hacerse con ella. Motivo por el cual no me sorprendió ver a personajes de todo tipo. 

Reconocí a varios asiduos a este tipo de eventos, me llamó la atención, una chica pelirroja que había visto en las tres últimas subastas. Armándome de valor esperé a un cruce de miradas para saludarla, pero no fue hasta más avanzada la mañana cuando pudimos entablar una conversación, no exenta de tensión.

Una vez dentro me senté un una silla situada en mitad de la sala, junto a al hombre que había estado delante mío en la cola. Los primeros lotes fueron objetos mundanos que no me interesaron para nada, quería a la princesa y no me iría sin ella. Media hora después, la organización anunciaba el ansiado lote:

—Lote veintidós; por un precio inicial de veinte dólares la figura Amiibo de la princesa Peach… —La chica pelirroja alzó la mano sin dejarle acabar—. La señorita de la cazadora tejana ofrece treinta, ¿alguien ofrece más?

—¡Setenta! 

—¿He oído ochenta? —propuso el subastero.

—¡Ochenta! —exclamé alzando la mano.

—El hombre de gabardina ofrece ochenta.

La chica pelirroja se volvió hacia mí, hizo una mueca y alzó la mano.

—Ciento cincuenta.

El precio comenzaba a ser elevado, pero eso no amedrentó a los presentes. Comenzaron a sumarse a la puja a medida que el precio subía, a diferencia de los otros lotes este estaba alargándose. La última apuesta había ascendido a los tres mil dólares y tanto el hombre que se sentaba a mi lado, como la chica pelirroja no habían dado muestras de debilidad.

—¡Cuatro mil quinientos! —intervino un hombre sentado al final de la sala.

—Cinco mil —exclamé en un acto espontáneo.

—¿Cinco mil a la una? ¿Cinco mil a las dos? ¿Cinco mil…

—¡Diez mil! —El hombro grueso que se sentaba a mi lado se levantó empujando la silla hacía atrás—. Diez mil por la princesa.

Un runrún recorrió la sala, los presentes hablaron entre ellos mientras el hombre volvía a tomar asiento. El subastador, sorprendido por el giro de los acontecimientos tardó en reaccionar.

—He dicho diez mil —repitió el hombre al verle la cara.

—Sí, sí, perdone… —se excusó aclarándose la garganta—. El hombre de bigote ofrece diez mil dólares. ¿Alguien está dispuesto a dar más?

Hubo un intercambio de miradas, traté de observar la reacción de la chica pelirroja, quien maldecía en voz baja.

—Once mil —exclamé mirándola de reojo.

—Doce mil quinientos.

—Dieciocho mil —gritó el hombre del final de la sala.

—¿Dieciocho mil a la una?

Miré al hombre que acababa de apostar, parecía ser una persona inmensamente rica, pero a la vez me sorprendió su porte. «¿Para qué quiere una figura así?» Me volví al subastador y tras pensarlo bien alcé la mano.

—¿Cuánto ofrece el señor?

—Veintiún mil, y es mi última palabra.

El asombro de los presentes fue mayúsculo cuando la chica se alzó y levantó la mano.

—Veintiún mil quinientos —dijo dirigiéndose a mí.

Mantuve su mirada tanto como pude, hasta que ella giró el cuello volviéndose hacia el final de la sala, momento en que miró al hombre que minutos antes había entrado en la puja.

—¡Veintiún mil quinientos a la una!

La sala quedó en completo silencio.

—¡Veintiún mil quinientos a las dos! —prosiguió dirigiendo miradas a los presentes—. ¡Veintiún mil quinientos a las tres! Vendida a la señorita.

El hombre de porte rico se levantó y se marchó despotricando tan rápido como los aplausos por la venta del lote se iniciaron. Observé como la chica se levantaba también y se acercaba a uno de los laterales del entarimado para hablar con uno de los reguladores. Me levanté de mi asiento y caminé hasta allí.

—Felicidades —hablé acercándome por detrás de ella.

—Gracias —contestó secamente sin girarse.

—Soy Ricardo.

Me miró de arriba abajo y me estrechó la mano.

—Susana. ¿Querías algo?

—Bueno… —titubeé al ver sus pocas ganas de interactuar conmigo—. Hemos coincidido en varias subastas… y la verdad, tenía curiosidad por conocerte.

—¿A mí? —espetó con tono molesto—. ¿Se puede saber por qué?

—Por lo visto tenemos gustos similares, y nos movemos por el mismo mundillo…

Volvió a mirarme de arriba abajo y frunció los labios.

—Veo que ha sido un error el presentarme —intervine ante aquella impertinencia—, lo dicho: Felicidades —concluí dándole la espalda.

—¡Espera! —dijo alzando la voz—. Perdóname, tengo muy poco trato con la gente, y menos aún con hombres… Malas experiencias —dijo colocándose el pelo detrás de la oreja.

Me volví hacia ella y la mire. Su rostro ya no estaba tenso y esbozaba una leve sonrisa.

—¿Puedo invitarte a un café?



La casa de subastas: ¡Ponle nota!

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