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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Relatos: Realidad aumentada

—¡Carlos! ¿Puedes bajar un momento? —llamó su madre asomando la cabeza por la escalera.

Carlos estaba encerrado como cada día en su dormitorio. Solo salía de allí para las necesidades básicas y para asistir al instituto. Llevaba una especie de capucha que tenía unos grandes auriculares. El sonido que surgía de ellos, más elevado que la voz de su madre, evitaron que la escuchara. De la capucha también sobresalían unas gafas, parecidas a las de un buzo, cubriéndole la nariz y la boca. Estaba conectado al novedoso sistema de realidad aumentada que acababa de salir al mercado. Podía sentir, disfrutar y vivir una nueva vida real desde la silla de su habitación. 

En aquel momento se encontraba, dentro del mundo virtual, en una taberna del lejano oeste americano. Vestía la típica ropa de vaquero y la chapa de sheriff colgaba de su chaleco. Todos los presentes se giraron nada más verlo entrar. El sonido de las espuelas rompía el silencio imperante a cada paso que daba. Se acercó a la barra y pidió un vaso de bourbon. El camarero raudo le sirvió un pequeño vaso con el licor. Poco a poco el gentío comenzó a hablar y en pocos segundos el ambiente en la taberna era exactamente igual que cuando él había entrado.

—¡Carlos! —Unos golpes en la puerta le sobresaltaron—. ¿Qué no me oyes?

Se volteó y divisó como Billy el Grande entraba a toda velocidad a la taberna. Con un rápido gestó desenfundó el arma y le apuntó.

—Billy el Grande —comenzó diciendo—, que insensato por tu parte venir hasta aquí…

La madre de Carlos sorprendida por la actitud de su hijo detuvo su avance.

—¿¡Puedes explicarme qué demonios es esto!? —exclamó mostrándole una carta del instituto—. Haz el favor de quitarte eso. Te estoy hablando.

La taberna volvió a quedarse en silencio. Billy zarandeaba el brazo con un cartucho de dinamita en la mano. 

—Tú te lo has buscado —espetó al tiempo que apretaba el gatillo.

Carlos disparó a su madre con una grapadora, pero está cansada de las tonterías de su hijo se la apartó de un manotazo y le dio un bofetón.

El golpe que le dio Billy inició una pelea en la taberna. El camarero que minutos antes había atendido al recién llegado con tanta cortesía, ahora agarraba la misma botella con la que le había servido y se la estampaba en la cabeza a un hombre que acaba de saltar sobre la barra. Bajó la mirada y observó su revólver, no tenía balas, y Billy el Grande se abalanzó sobre él.

—Niño de las narices —bramó quitándole la capucha y la máscara a su hijo—, ¿qué es esto?

Carlos asimilando que estaba de nuevo en su dormitorio observó consternado a su madre. Desvió la mirada al papel que agitaba en el aire y comenzó a asimilar la situación.

—Es una nota de mi profesora —susurró tratando de zafarse de su madre.

—Eso ya lo veo… ¿Pero qué quiere decir que hace dos días que no vas a clase?

—Pues… —titubeó ante aquella mirada inquisidora— hay unos chicos que se meten conmigo.

—¿Cómo? ¿Y por qué no nos lo has dicho antes?

—No sé…

—Mañana iremos los tres al instituto y hablaremos con el director —sentenció la madre soltándole y dando media vuelta—. Ahora mismo se le digo a tu padre, esto no puede continuar así…

Carlos observó unos segundos su habitación, la voz de su madre se escuchaba cada vez más lejana, se acercó a la puerta, la cerró y colocó el pestillo. Se colocó bien la camiseta, volvió a sentarse delante del ordenador y se colocó la capucha.

Cuando volvió a mirar a su alrededor observó como la pelea en la taberna había terminado y todos le vitoreaban, las bailarinas se le abalanzaban encima y el camarero sacaba su mejor licor para celebrar la victoria.

—Me alegra verlo de vuelta, Sheriff — le dijo entregándole un vaso—, invita la casa.



Realidad aumentada: ¡Ponle nota!

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