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miércoles, 18 de mayo de 2016

Challenge Me!: Lancelot

(Continuación "El último beso")

Ginebra se lanzó a la cama, se tapó con la almohada y apretó los ojos con fuerza. Fue entonces cuando notó el calor de las lágrimas en la comisura de los ojos y decidió que debía intervenir, así que se levantó y corrió hacia el lavabo. Abrió el grifo de la ducha, palpó con la mano la temperatura del agua y entró. 

Tenía que detener a Lancelot antes de que hiciera una locura. Cuando salió de la ducha, se vistió y marchó de allí. Se subió a la moto y se alejó del burdel a toda velocidad. Gas a fondo circuló por la ciudad; ignorando los semáforos y las señales de circulación, cruzó la gran avenida en poco tiempo. Veía el alto edificio al cual se dirigía, Arturo vivía en el ático y Lancelot tenía acceso a él.

Ginebra bajó de la moto y miró hacia arriba. Sin tiempo que perder corrió hasta la entrada. En la conserjería encontró a Percival malherido. Se aproximó a él y contempló sus heridas. Le sangraba la nariz y al parecer tenía una rodilla rota.

—Percival, ¿puedes oírme?

—¿Ginebra? ¿Eres tú? —susurró abriendo los ojos.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?

—Lancelot.

—Tengo que marcharme —intervinó poniéndose en pie al escuchar la respuesta—. Pediré auxilio, pero no puedo entretenerme, tengo que detenerlo.

Ginebra se dirigió al ascensor y apretó el botón de llamada. Mientras esperaba, sacó el teléfono móvil y llamó a emergencias en el mismo momento en que las puertas se abrieron acompañados de un timbre. Ginebra se volvió y en su interior se encontró con Tristán quien al parecer tenía una herida de bala en la cabeza, se agachó para examinarlo y corroboró sus sospechas.

—Rectifico —anunció hablándole al teléfono—: un herido y un muerto.

Marcó el último piso y las puertas comenzaron a cerrarse en el mismo instante en que terminaba la llamada y miraba con preocupación a Percival. Todavía no había tenido tiempo en pensar una manera para detener a Lancelot, pero el ataque a sus propios compañeros empeoraba mucho la situación. El ascenso fue rápido y las puertas se abrieron con otro timbrazo y mostraron el peor escenario posible. 

Kay y Bors estaban cubiertos de sangre y tirados en el suelo, no se movían. Las paredes del pasillo tenían agujeros de varios disparos. Ginebra se agachó y se acercó al cuerpo de Kay, recogió su pistola y comprobó la munición restante. Tras cargar el arma se levantó. Un disparo en la distancia la alertó. 

Corrió hasta la entrada y abrió la puerta con precaución. El ático estaba destrozado, al parecer Lancelot había hecho estragos y nadie había podido pararlo todavía. Miró por las cristaleras, en el helipuerto estaba preparado el helicóptero pero no había rastro de Arturo ni de Lancelot. 

Ginebra se abrió paso entre los desperfectos y corrió hasta la terraza, otro disparo no muy lejos de allí le indicó el camino que debía seguir. En su carrera se percató de que seguía un rastro de sangre y se dirigía al helipuerto. Observó a lo lejos a Arturo subiendo malherido al helicóptero mientras Lancelot se acercaba a él cojeando a poca distancia. El sonido del motor arrancando dejó a Gienbra sorda durante unos instantes pero eso no le impidió continuar corriendo y acercarse al helipuerto.

—¡Lancelot! —gritó desde la lejanía. 

Este al oírla se giró y apuntó con el arma, pero al reconocerla bajó la pistola y se volvió hacia el helicóptero.

—Se ha escapado… —maldijo Lancelot observando al helicóptero alejarse de la azotea y desapareciendo en la lejanía—. Conseguí dispararle pero no ha sido suficiente…

—¿Y ahora qué demonios hacemos? —quiso saber Ginebra abrazándose a Lancelot. 

Lancelot: ¡Ponle nota!

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