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miércoles, 11 de mayo de 2016

Relatos: Kaluga

Olga se acercaba a la caja registradora para devolverle el cambio a la clienta cuando Vicktor irrumpió en la peluquería. 

—¡Dame el dinero! —exigió amenazándola con una navaja—. Tú, fuera de aquí —ordenó a la mujer que esperaba la vuelta.

Vicktor caminó hasta el mostrador cuando vio a la mujer salir y acercó la navaja a la propietaria.

—¿Es que no me has oído?

—Claro que te he oído, imbécil —espetó ella al tiempo que le golpeaba con un bote de laca.

Vicktor trató de cubrirse pero rápidamente fue sorprendido por Olga, quien se abalanzó sobre él. Tras derribarlo, lo inmovilizó y se volteó hacia el interior de la peluquería donde dos mujeres miraban atónitas la escena.

—¿Podéis acercarme un par de sacadores? —pidió—. Necesito atarlo con algo…

Las clientas obedecieron y con su ayuda consiguieron amordazar e inmovilizar al ladrón. Arrojaron la navaja a la papelera y lo encerraron en el lavabo. 

—Podéis marcharos, acabo de llamar a la policía y están de camino. Cerraré la peluquería hasta entonces —explicó al tiempo que las empujaba hacía el exterior—. Volved otro día. Gracias.

Olga bajó la persiana y cerró la puerta con llave. Esperó unos instantes, hasta que las voces del exterior dejaron de escucharse y se dirigió al lavabo. Al abrir la puerta se encontró con Vicktor forcejeando con los cables tratando de soltarse, Olga cogió un secador de una estantería y le golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente.

***

Cuando Vicktor abrió los ojos se encontraba recostado y esposado en una butaca de la peluquería. Estaba sin pantalones y Olga se acercaba a él con un vaso en la mano.

—Toma guapo, bébete esto —dijo ofreciéndole el vaso..

—¿Qué es eso? 

—Es agua. Te ayudará a tragar mejor la pastilla que te acabo de dar —contestó ella mirándole la entrepierna—, vamos a follar hasta que me canse de ti.

Olga le dio de beber, arrojó el vaso al suelo y se agachó al tiempo que le abría las piernas a Vicktor.

—El efecto no será visible hasta dentro de veinte minutos —explicó mientras comenzaba a masturbarle—, hasta entonces, jugaremos un rato…

—¡Socorro! ¡Qué alguien me ayude!

—Calla —ordenó Olga apretando con fuerza los testículos—, si te vuelvo a oír gritar otra vez te los arranco de un mordisco.

—Por favor… —sollozó Vicktor—, déjame ir…

—Me das lástima —habló Olga poniéndose en pie y acercándose al mostrador—, prefiero no escucharte más.

Recogió un pañuelo y lo amordazó otra vez.

—Ahora estas mucho mejor. Relájate y disfruta —añadió volviendo a agacharse frente a él.

***

—Tengo hambre… —anunció Vicktor alzando la cabeza—, necesito comer algo.

—Ya te he dado un bocadillo antes —reprochó ella—, no estás en un hotel.

—¿Cuándo vas a soltarme? 

—Posiblemente después de nuestro próximo coito —anunció ella acercándose a Vicktor.

—No. Otra vez no… —sollozó tratando de soltar sus ataduras.

—No te resistas Vicktor, los dos sabemos que acabas disfrutando.

—¿Cómo voy a disfrutar haciéndome esto?

Olga se acercó a él y sonrió al tiempo que se levantaba la falda y se subía encima de él.

—Entraste aquí con la intención de robar el dinero que tanto me cuesta conseguir —comenzó explicando al tiempo que introducía el pene en su vagina—, te estoy dando momentos inolvidables de placer y por mucho que te quejes de la situación, sé que disfrutas cuando te corres dentro de mí.

***

—Toma. —Olga le lanzó unos pantalones—. Aquí tienes algo de dinero por las molestias— añadió enseñándole un sobre.

Vicktor observó a la peluquera y se estremeció al verla acercarse. En el mismo instante en que dejó de notar la presión de las ataduras se levantó y corrió has la puerta. Se colocó los pantalones ante la atenta mirada de la mujer y trató de salir.

—Está cerrada, ahora te abro —anunció mientras caminaba hacia la puerta.

***

—No lo sé… —trató de explicarse Vicktor ante la atenta mirada del policía—. Unas cuarenta y ocho horas aproximadamente…

—¿Puede decirme el nombre de la agresora? —preguntó el policía conteniéndose la risa.

—No, tampoco lo sé —comenzó diciendo—. Es la propietaria de una peluquería que hay a las afueras de Kaluga.

***

Los medios de comunicación habían llegado mucho antes que la policía a la peluquería. Se adentraron en ella y arrestaron a la propietaria.

—¡Perdone! —gritó una periodista al ver acercarse a Olga—. ¿Podría decirme si es cierto que retuvo a ese hombre durante dos días y lo utilizó como esclavo sexual?

—Es un idiota. Lo hicimos algunas veces —explicó visiblemente molesta—. Le di unos pantalones nuevos, lo alimenté y le di un sobre con mil rublos… ¿Y qué recibo yo a cambio?


Kaluga: ¡Ponle nota!

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